Os invito a que leáis mi visión particular de la Movida en San Isidro a finales de los 80.
¿Quiénes de los que me leéis con más de treinta y muchos años no conoció el ambiente que se creó en este típico barrio algecireño? Me imagino que muy pocos, ya que aquí, sobre todo en la Calle Gloria, comenzaron a florecer una serie de bares que fueron dando paso a uno de las manifestaciones lúdicas

- La Gloria
más numerosas de finales de los años 80, aunque en las calles adyacentes también se instalaron “garitos” interesantes que acumulaban a lo más variopinto de la juventud algecireña. Allí estábamos todos, desde el porretilla colgueta apalancado en la plazoleta, hasta el pijo luciendo su flamante jersey “Fred Perry”, pasando por el que vendía costo en medio de la muchedumbre o el macarra buscando bronca amparado en la multitud.
Lógicamente, ante tan variopintos personajes entremezclados en una calle tan estrecha eran inevitables los encontronazos y las “bullitas” ocasionales.
Para velar por la seguridad de la zona, disponíamos de una Policía de lo más Post-franquista y peliculera que, de vez en cuando, nos deleitaba con espectaculares redadas en la que caían justos por pecadores y nos ponían

- Chaplin
indiscriminádamente contra la pared, previo DNI en la boca, para someternos a vejatorios cacheos y malos modales. Casi todos fuimos víctimas alguna vez de estas “operaciones antidroga”.
Era curioso ver como la calle se abarrotaba de jóvenes durante todos los días del verano y de otras fechas señaladas, como Navidad o Semana Santa. La movida era de Lunes a Domingo. Cualquier día de la semana subías a San
Isidro y te lo encontrabas a tope. Claro que a los vecinos de la zona ésto no les parecía tan idílico y montaban protestas y manifestaciones reclamado el derecho al descanso.
Pensándolo fríamente, tenían razón, pues debía ser duro vivir en unas casas en las que, en la misma puerta de la calle, había cientos de personas hablando y gritando hasta altas horas de la madrugada.
Voy a intentar realizar un recorrido lo más fiable que mi memoria me pueda permitir por los lugares de copas que habían por la zona.
Empezaré por el núcleo duro de la Movida: La calle Gloria. Aquí, a ambos lados de la calle podías encontrar varios bares de distintas tendencias para poder elegir según tus gustos e “ideología”, todos ellos montados sobre la misma base de la casa típica del barrio, lo que hacía que la mayoría de ellos tuvieran unas características comunes: fachadas encaladas, techos con vigas

- cantares
por dentro y tejas por el exterior, ventanas enrejadas, pequeñas puertas de acceso (antes no había legislación que obligaran las puertas de emergencia ni nada por el estilo) y decoración interna austera con paredes blancas, locales pequeños donde la clientela permanecía de pie lo que permitía una más amplia relación entre las personas que los frecuentaban.
Vayamos por el primero, subiendo por la calle Montereros, justo al llegar a la confluencia con la calle Gloria, estaba el “Chaplin”, el Pub más bonito de todos los de la calle, decorado en madera simulando una taberna irlandesa, contaba con grandes adeptos que buscaban un lugar algo más tranquilo para tomarse esa primera copa antes de adentrarse en la vorágine. El buen amigo Pedro Palenzuela te atendía como merecías. Aunque el ambiente era pelín pijo, a mí personálmente me gustaba pasarme de vez en cuando por allí.
En la acera derecha, según salías del “Chaplin”, estaba el “Typos”, heterodoxo

- Typos
bar donde se juntaba de todo. Aquí no había distinciones. Casi todos íbamos a tomarnos las copas y reírnos un rato con las ocurrencias del ínclito Emilio Guilloto y disfrutar en verano de su azotea desde donde se divisaba todo lo que se cocía en la rebosante calle.
A continuación, haciendo esquina con el callejón “Cristo de Medinaceli”, el “23”, Auténtico garito donde se juntaba lo mas progre y transgresor de la época.
Este bar fué el antecesor de “La Cuadra” otro sitio abierto poco después en la parte baja de la ciudad, frecuentado por los mismos inquietos personajes. De estos dos lugares salieron publicaciones alternativas, (me viene a la
memoria la genial “Marejada en el Estrecho”, producto de la “Embajadilla Libia”), geniales pintores y buenos músicos (no quiero ponerme a escribir nombres pues me olvidaré de muchos). Aquí “todo estaba permitido”, no
había normas, cada uno a su bola. Lógicamente este local era sitio tabú para los más modositos de la zona que ni se acercaban a la puerta, peor para ellos, se perdieron, quizás, lo más interesante de la época.
Sigamos…, atravesando la bocana del callejón “Cristo de Medinaceli” y sin cambiarnos de acera, llegábamos a “La Colmena”. Hay que señalar que este bar originalmente abrió como “Maestranza”, cutre-garito súper-mega pijo (“te

- Isi
lo juro por Snoopy”) frecuentado por niños engominados hasta las cejas con jerseicitos sobre los hombros, donde se oían sevillanas y músicas afines. Ni que decir tiene que aquí sólo entraba este tipo de “tribu urbana”. Afortunádamente. Este sitio duró poco tiempo y fué traspasado a Francis y
Julio, los cuales lo abrieron con el nombre anteriórmente citado: “La Colmena”. Magistrálmente atendido en la barra por el gran Luis, este bar fué mi favorito. Aquí se escuchaba sobre todo Pop español de la época (que no era poco), Radio Futura, Golpes Bajos, Gabinete Caligari… y un sinfín de Grupos que merecen
mención aparte, ya que, el bueno de Luis era un erudito en el tema musical, no en vano, yo conocí a Luis vendiendo cintas de cassette de conciertos piratas de grupos españoles y extranjeros en pleno callejón del Ritz (aún me pregunto cómo conseguía semejantes joyas, de las que aún conservo una en bastante buen estado: Un inédito concierto de Radio Futura en Directo en Barcelona en 1983, con bastante buena calidad de sonido). Sin duda, Luis fue el verdadero precursor del Top-manta con muchísimos años de antelación.
Los clientes y personal de este bar llegamos a formar una verdadera familia en la que, amparados por la buena música y las copas, compartíamos buenos ratos que se prolongaban hasta bien entrada la madrugada. (Os podéis imaginar cómo acabábamos muchas noches).
Por esta misma acera en dirección a la Plazoleta y haciendo esquina, había una tienda de las de toda la vida, pero que supo aprovecharse de la coyuntura y abría por las noches dejando la reja cerrada. (Me imagino que por seguridad ante lo que caía fuera). A través de la reja te despachaban tabaco, litronas, patatas, pipas y todo lo que pudieras necesitar en tan largas noches.
Bueno, vayámonos a la acera de enfrente (sin malos entendidos). Allí había dos bares, uno en mitad de la calle, llamado como la calle propiamente dicha: “La Gloria”. Este bar siempre estaba muy animado y con variopinta clientela. Regentado en segunda instancia y atendido por Carlos “El Canijo”, contaba
con su particular “familia” fija, aparte del contínuo trasiego que sufría a lo largo de la noche lo que lo mantenía siempre con muy buen aspecto. Era un

- Galería 26
bar muy simpático y con un ambiente muy agradable.
Y ahora vamos por el último bar de la calle Gloria, se llamaba “Galería 26”, y hacía esquina con la plazoleta, era un bar alargado, de iguales características que los anteriores, aunque con algo más de decoración, algún cuadrito por aquí, una lamparita mona por allá, y esto era así porque la clientela que lo frecuentaba también era más refinada que el resto de los mortales que habitábamos por allí. Con esto ya estoy diciendo que el ambiente era más bien pijo, pero hay que decir que tenía una clientela fiel que

- Studio 10
lo tenía constantemente animado a lo largo de la noche, aparte de una buena calidad de sonido y unas bebidas cuidadosamente preparadas, aunque yo seguía prefiriendo los cubatas “cargaos” y la música con sonido enlatado de “La Colmena”.
Dejamos la bulliciosa calle para entrar en la plazoleta, sorteando al yonki que te da la vara y al nota que te quiere vender una postura, nos encontramos con otro bar, éste llamado “El Acordeón”, situado enfrente de la Capilla al otro lado de la plazoleta. Este lugar contaba con dos habitaciones. Una en la que estaba la barra y otra, una especie de saloncito donde se encontraba colgada de sus desnudas y blancas paredes una magnífica diana profesional con dardos de afilada punta metálica, con la que nos convertimos en verdaderos expertos, asesorado por Bernard, un francés bonachón que, junto a su mujer Pilar, eran los propietarios del local y que era un experto en este deporte.
Este bar contaba también con una pequeña azotea. Aquí, Pilar nos preparó en alguna ocasión unas buenas ollas de caracoles de las que dábamos buena cuenta en las noches de verano.
Y un poco más allá el “México”, aunque este local no tuvo demasiada
aceptación y no duró demasiado tiempo. Tras la barra, Salvador Reiné, del que ya hablaremos más de una vez en este artículo más adelante. No estoy seguro

- Studio 10
del todo, pero creo que este bar pasó más tarde a llamarse “Sin aliento”.
Con éste último, creo que podemos abandonar la zona alta del Barrio de San Isidro para buscar otros bares por calles adyacentes, no sin antes hacer mención el pequeño bar de Pepe Troya que lleva ubicado en la esquina de la Plazoleta desde hace un buen montón de años y que es una imagen fija de la zona.
En la parte baja del Barrio, concretamente en la calle Teniente Miranda estaba el “Cantares”, pseudo tablao flamenco-pub que nunca supe muy bien de qué iba y al que apenas visité.

- Bizarre (postal)
También muy cerquita del barrio, concrétamente en la calle Libertad nº 10 hubo otro bar que permaneció abierto hasta bien entrada la década de los 90 y que pasó por varios dueños a lo largo de su historia, dotándolo cada uno de un ambiente bien distinto, pero permaneciendo siempre con el mismo nombre “Studio 10”.
Era otro de los bares típicos de la época, es decir, varias habitaciones y paredes blancas, pero éste tenía un elemento que lo hacía distinto a los demás y al mismo tiempo lo convertía en apetecible en las frías noches de invierno, se trataba de una chimenea que daba calor al local. También disponía de unas mesitas con sillas lo que lo hacía más cómodo.
En un principio también tuvo un ambiente marcádamente más tranquilo y selecto, pero fué cuando al cambiar de dueño, se convirtió en un lugar emblemático de la cultura algecireña, colgándose en sus paredes cuadros de pintores locales como Nicolás Vázquez (mi buen amigo Nico), Leto, y otros, aparte de escucharse buen Rock de toda la vida, cosa que se agradecía, pues

- Bizarre
era raro el bar donde se podían oir a Los Rolling Stones, Beatles, etc… Recuerdo en una de sus últimas y mejores etapas a “Juancho” detrás de la barra sorprendiéndonos una y otra vez con grandes temas fruto de su innumerable colección de discos y de su sabiduría en la materia.
En la calle San Antonio, bajando de San Isidro hacia la calle Sevilla, el polifacético “Mario” comandaba uno de los bares más “post-modernos” de la Algeciras de entonces. Se trataba de “Bizarre”. Lugar obligado de todo moderno que se preciara en el momento. Aquí frecuentaban “Siniestros” (hoy “Góticos”), Mods y otros, para escuchar lo último de “The Cure”, Smiths y otros grupos de la llamada “New Wave”, corriente musical que abarcaba gran variedad de grupos, en su mayoría británicos, aunque sin olvidar a los grandes del Pop español. Así, aquí “Radio Futura” y “Nacha Pop” tenían un lugar de privilegio y se seguían muy de cerca todas sus trayectorias a lo largo de sus Lps. La decoración era mucho más cuidada. Había cuadros de estilo Pop junto con otros algo sados y luces de neón que, junto con la música, daban al lugar un ambiente distinto

- Mailo
y único. Creo recordar que este bar, en sus comienzos, también estuvo llevado por Salvador Reiné, que lo dejó para dedicarse a montar otro del que hablaremos más adelante.
Seguimos bajando la calle San Antonio, pasamos por la puerta de la Discoteca “Mailo”, Discoteca que tuvo su época dorada, pero que se fué viniendo a menos hasta llegar a su cierre por asuntos presúntamentente turbios. Unas cuantas puertas más abajo llegamos a un pequeño bar llamado “Bora Bora”. Aunque este local no tenía nada fuera de lo común en cuanto a ambiente, sí tenía algo que lo hacía distinto a los demás y que sólo por esto hacía que acudieran personas al bar. Sobre su mostrador había una pecera (creo recordar que era triangular, pero no estoy muy seguro), y dentro de ella, como único habitante, nadaba una pequeña piraña. Lógicamente, ésto no era nada común y a veces acudíamos al local a ver como el propietario le echaba en la pecera algunos pececillos vivos y “divertirnos” viendo como la voraz piraña acababa con ellos de unas rápidas dentelladas. Yo, las pocas veces que fui a este bar, fué con el objeto de ver este “espectáculo” un poco dantesco, la verdad. Por lo demás este sitio contaba con su clientela fija, más las personas que ocasionalmente acudían al show de la piraña, pero a fin de cuentas, nada del otro mundo.
Unas calles más allá, paralela a San Antonio y también subiendo a San Isidro nos encontramos con la calle Montereros. En esta calle había dos bares, aparte del ya comentado “Chaplin” en su parte alta, el primero en la parte más

- Bora Bora
baja de la calle era “El Acuario”, un pub con bastante éxito para lo poco que aportaba. Recuerdo que los dueños eran dos hermanos bastante puretas para la clientela que lo frecuentaba, uno de ellos portaba unas muletas para caminar por detrás de la barra. Siempre estaba muy concurrido. Había otro bar con el mismo nombre en la Barriada de Las Colinas que aún permanece abierto a día de hoy al igual que otro en la barriada de San José Artesano.
Subiendo un poco la cuesta llegamos al otro bar, el “Kansas”. La verdad es que este bar tenía su punto que lo hacía diferente y a la vez atractivo y era que el camarero era guiri (me imagino que americano, pero no lo recuerdo con certeza) y dotaba al bar de un ambiente Country que lo hacía atractivo y exótico. Gozaba de buena aceptación.
Justo en la esquina de esta calle con la calle Sevilla había una tienda en la que, por un módico precio, te servían en

Mexico
una botella de agua mineral, litro y medio de cubata a elegir. El dueño tenía un cacillo de plástico a modo de medida y te echaba en la botella dos cacillos llenos de ron, vodka, whisky o ginebra (a elegir) y el resto lo llenaba de refresco de cola, naranja o limón. Así que por poco dinero te tomabas los cubatas previos de la noche. Los escaloncillos de la calle se llenaban de personas sentadas bebiendo de estas botellas. Alguna tienda más de la zona se sumó a esta iniciativa, pero la que más éxito tuvo fué ésta. Como veis, también fuimos precursores del botellón.
(Párrafo extraído de mi artículo sobre los pubs, del libro “La Kultura alternativa en la Algeciras de los años 80-90″ de Garry y Txutxe)
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